Hoy en día, la creatividad es un concepto científico en profuso estado de crecimiento teórico y empírico y es también un término que está en boca de todo el mundo: la sociedad demanda personas creativas, ya sea en las letras, en las ciencias o en las artes, pues, sin un mínimo de esta capacidad, no se concibe una persona eficiente en el desempeño de cualquier profesión, y las empresas, concretamente, demandan grupos creativos e innovadores capaces de introducir y ampliar nuevas ideas, productos y procesos de elaboración.
La creatividad es un término de carácter multidimensional, por lo que puede ser examinado desde diferentes puntos de vista (Goswami, 1986; Isaksen, 1987). Ha sido objeto de diversas investigaciones que no han logrado alcanzar una definición totalmente consensuada del mismo. Mumford y Gustafson (1988) reconocen su complejidad y la interpretan como un “síndrome” de la expresión novedosa, y Albert y Runco (1989) se refieren a ella como un conjunto formado por disposiciones, habilidades y valores personales con un alto nivel de originalidad y de sensibilidad especial para solucionar problemas.Una manera muy aceptada de abordar este concepto tan complejo es la de admitirlo como el resultado de las ya famosas cuatro “p” identificadas por Rhodes (1961): productos concretos, procesos conscientes e inconscientes, persona con rasgos especiales y precisión ambiental, que estimula y etiqueta como valiosos los resultados creados (Boden, 1992, 1994; Stein, 1974).